dimarts, de maig 09, 2006

Palabras que no puedo decirte

Faltan más de diez días para que volvamos a encontrarnos, esta mañana he repasado la agenda para ubicar tu rostro entre mis pacientes y una punzada en el corazón me ha dicho que quedaba mucho para verte, que mientras tanto sólo podía rescatar tu imagen de mis recuerdos, hacerlo en silencio -al anochecer- cuando estoy sentado enfrente de la televisión, leyendo algún libro, y escucho el sonido cotidiano de mi mujer y mis hijos al otro lado de la cama. Entonces, cuando todo está tranquilo, me gusta sacarte del olvido y pasear mis dedos por tu figura, no necesito mucho tiempo ni demasiadas energías porque sólo con cerrar los ojos tu imagen aparece delante de mí; intacta, hermosa, imposible.
Pronunciar tu nombre no es una tarea sencilla, alguna vez lo susurro despacio de madrugada cuando no puedo dormir y el mundo real me resulta desconocido, entonces, tu nombre viene en mi búsqueda, se escapa de mis sueños y se posa en una esquina de la habitación y todo se vuelve tranquilo, todo me resulta más sencillo.
Dice el manual de psiquiatría que padeces una de sus enfermedades, que eres maniaco-depresiva, que tienes un trastorno del estado de ánimo y tiendes a ser inestable, apasionada, delirante, inmadura, frágil, que tu enfermedad es de carácter hereditario y que el litio debería apaciguar tu dolor, dice también que caminas por una línea delgada que te conduce a los extremos, que unos meses habitas en la sombra y otros en el destello, y que tu existencia es producto de una ilusión, que no se sabe nunca hasta dónde puedes llegar.
He leído muchas veces ese libro, algunos otros también, para buscar respuestas para tu mal, para encontrar otro nombre a tu angustia y poder decírtelo en voz alta, algún día.
Lo he hecho con más insistencia y dedicación de lo que sería conveniente para mi profesión, he preguntado a alguno de mis compañeros, técnicas alternativas, soluciones diversas, lo he hecho siempre cambiando el nombre a tu rostro, buscando una historia, cualquiera, donde no pudieran encontrarte, con un tono imparcial en mis labios y sin ningún brillo en los ojos, me resulta muy fácil -no creas- soy un maestro del engaño.
Después de una de esas conversaciones donde los médicos ponemos en común nuestros casos y hablamos con cierta distancia de los pacientes -como ocurre también en otras especialidades- he sentido que era otra persona la que pronunciaba esos datos porque yo no podía hacerlo sin un nudo en el estómago, no podía hablar de tu historia, desprovista de detalles y grandezas -esas que te hacen única y especial- delante de todos esos desconocidos, como un expediente más, no podía regalar el espacio que tú y yo compartimos y en alguna de las siguientes reuniones, he bajado la cara y he guardado tu historia, la he sacada de aquel lugar y la he rescatado para mí.
Hace ya más de seis años que nos conocemos, llegaste una mañana de noviembre a mi consulta, te enviaba mi amigo Juan -el psicólogo- ibas vestida de negro y con el pelo recogido, tenías la mirada descuidada y la sonrisa desierta. Pero rozaron tus dedos mis manos con tanta ternura que me sentí vulnerable y perdido, tuve ya ganas entonces de salir corriendo, lo he experimentado algunas otras veces -no creas- cuando tu mirada se posa en mi hombro y pronuncian tus labios palabras secretas, incógnitas, destellos. Dice el manual de psiquiatría que alguna voz te susurra al oído sin que tú puedas saberlo, nunca te he visto más cuerda ni más hermosa.
Desde ese día vienes a verme, me gusta decirlo así porque tu visita es para mí una puerta abierta, un soplo de aire fresco, la alegría caminando de puntillas por encima de mi mesa, desde entonces, cada quince días tu presencia ilumina esta habitación, pronuncias mi nombre con una sonrisa en los labios y ahora que estás mejor tus dedos se deslizan por mis palmas, lo hacen con toda confianza.
Alguna de esas veces han venido contigo tus dibujos, tardé tiempo en saber que eras pintora, no fue lo primero que me contaste, hablaste sobre todo al comienzo de nuestros encuentros de aquel novio tuyo que se marchó sin despedirse, que se fue de viaje para buscar su estrella y te dejó una carta encima de la nevera como única prueba del abandono, fue una de tus peores crisis -me dijiste-, te tomaste dos tabletas de tranquilizantes, la visita inesperada de tu madre te salvó la vida.
Hablamos mucho de ese episodio aunque tú eras reacia a pronunciar su nombre, sólo lo hicieron tus ojos en alguna ocasión cuando las lágrimas traicionaron tu secreto.
Aún seguías enamorada, me repetías que no, que ya le habías olvidado, que no era importante en tu vida y que su presencia sólo te traía sufrimiento, pero yo sabía que aún lo estabas porque no podían pronunciar tus labios en voz alta su nombre, no necesitaba ningún otro dato y la rabia y la indignación paseaban sin permiso por mi boca, también los celos, cada vez que me llamabas, sin ningún pudor, sin ninguna herida detrás. Hubiera regalado entonces alguno de mis años porque el nombre grabado en tu corazón hubiera sido el mío, después con el transcurso de los meses tu actitud fue mucho más serena, dibujabas más, y volviste a hacer esculturas y eso era como tocar el cielo con la punta de los dedos -me decías-.
Uno de tus dibujos reside en mi consulta, está colgado en la pared, al lado de la ventana, porque sé que detestas la soledad y necesitas sentirte libre, por eso está situado ahí, es el contorno de un niño en los brazos de su madre, el trazo es difuso, lleno de sombras, discontinuo, pero la luz que desprende el conjunto se parece tanto a la que traen tus ojos que es el mejor regalo que podías hacerme, lo pintaste para mí y me causó tanta impresión esa muestra generosa de respeto y agradecimiento, que sentí unas ganas enormes de abrazarte, sólo pude darte las gracias.
Me gusta pasear los dedos por tu dibujo cuando siento lejos tu presencia y las mañanas me resultan absurdas, lo hago despacio, y me parece escuchar tu risa y el sonido de tu voz y las lágrimas que alguna vez has derramado encima de mi mesa, sin atreverte siquiera a levantar los ojos, y entonces tu presencia todo lo llena.

Hace algún tiempo -no sé si te acuerdas de eso- hubo una serie de cambios en el centro de salud, trasladaron a algunos de mis compañeros y vinieron otros, no sé aún bien por qué, me dijeron que tendría que irme de allí, que ahora mi puesto estaba en una ciudad alejada, que en menos de quince días debería arreglarlo todo, que no había ninguna otra opción, no imaginas lo que sentí en aquellos momentos.
Tú lo supiste enseguida, al día siguiente nos vimos y nada más entrar tus ojos se clavaron en mi tristeza y no se marcharon de allí en toda la mañana.





No podía contártelo, no de una forma dramática porque no era lo más apropiado pero tus dudas no dejaron de insistir y un poco antes de irte me preguntaste qué me ocurría y lo hice, fue un acto desleal, pero no encontraba excusas ni razones valientes ni una historia mejor y viste en mis ojos y escuchaste en mis palabras todo lo que llevaba tiempo escondiendo, ocultando, huyendo.
Lo sé porque el tono de mi voz era tenue y apagado y tus ojos mostraban sorpresa y también desamparo, sólo escuché en silencio aquello de "no puede usted marcharse, qué voy a hacer entonces" no quise responderte ni mirarte a la cara ni encontrar dibujado en tu rostro algún sentimiento, eso no era posible, no está escrito en las Leyes de mi Mundo.
Te fuiste sin decirme nada más, dando por supuesto que aquello era una despedida y yo no hice nada para evitarlo.
Pero el destino nos tenía reservada una carta porque por alguna extraña razón mi traslado se paralizó y la siguiente visita cuando tú esperabas encontrarte con algún desconocido, resultó un regalo para los dos, lo vi escrito en una esquina de tu sonrisa, de esa maravillosa sonrisa.
Fue un día distinto y no dejaste de contarme tus proyectos, prometiste invitarme a tu última exposición aunque supieras entonces que yo no iba a acudir, que no podía hacerlo, y antes de cruzar la puerta, ese gracias, se grabó de improviso en una esquina de mi corazón, lo llevo conmigo, aún, constantemente.

Sigues viniendo a mi consulta, cada quince días, de aquel chico que tanto daño te hizo apenas me hablas, yo te aconsejo que tienes que volver a enamorarte, que sería bueno para ti pero te muestras contraria y aunque he insistido en alguna ocasión y he buscado razones para que vieras las cosas mejor, en el fondo, aunque es egoísta y absurdo -lo sé- en el fondo prefiero saber que no estás enamorada, que nadie ocupa tu espacio.
También me hablas de tus cuadros, ya no dibujas, rellenas las esquinas de los lienzos con la parte más gastada de tu alma, dices que es una forma sencilla de estar en paz, mucho más eficaz que todas las pastillas que yo te receto y que tú nunca tomas.
Y hoy, dos días después de verte, he vuelto a pasear mis dedos por tu recuerdo, lo he hecho como una invasión porque no podía dejar de pensar en ti, ha sido a media mañana, alrededor de las doce, al encontrar uno de tus dibujos en el periódico se ha encendido una luz en el fondo de mi estómago y he recortado en silencio tu nombre para guardarlo en un rincón de mi casa y después al salir de la consulta he respirado hondo, he cerrado los ojos y he vuelto a navegar por el mundo cotidiano que llena todas mis horas y me ha parecido que nunca podría sacarte de allí, que nunca estarían tus dedos cerca de mi corazón y que no podría pronunciar en voz alta tu nombre, hacerlo de la misma manera que mis labios rozan la frente de mi hijo o el cuello de mi mujer y sabes, es extraño, pero me ha parecido que la vida que compartía contigo en aquella consulta era más hermosa, más cierta, más auténtica y mucho más real.

El Festival "UnTdeC" està donant els seus fruits. Entre altres coses va servir per retrobar molts exalumnes que estimaven i estimen la literatura. Entre ells n'hi havia una persona que ja ha fet molt de camí i qu ens va oferir aquest conte. A veure que us sembla. Ací us posem l'adreça electrònica per si li voleu fer comentaris.
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