diumenge, de maig 07, 2006

¡CÓMO NECESITAMOS LOS CUENTOS!


En un cuento de Kafka, un emperador en su lecho de muerte llama a uno de sus servidores. Le entrega un mensaje que tiene que llevar al otro extremo de su reino. El mensajero corre en dirección a ese lugar remoto, pero el palacio es tan extenso, sus corredores y patios tan intrincados, que muere antes de alcanzar sus puertas exteriores. No es difícil saber lo que oculta ese mensaje terrible: “Somos muertos vivientes”. El mensajero sabe que la verdadera vida está en ese lugar remoto, y que su misión es hacer todo lo posible por escapar. No corre para transmitir las palabras del emperador, sino para negarlas, para afirmar la vida.

Esa es la función de los cuentos. Ayudarnos a escapar de la realidad (del palacio), y burlar a la muerte (llenándonos de vida). Ya se que eso no es posible, pero por si acaso conviene correr, salir a toda velocidad de este mundo agobiante. No se trata de un sinsentido. La vida del ser humano no es posible sin la excepción. Los cuentos están llenos de ellas, por eso los necesitamos. Tal vez por eso no hay comunidad sin cuentos, que no necesite contarse cuentos, y que no sea capaz de generarlos ( Les rondalles, Llorenç el contacontes, Carles Cano…, el interés y la atención que despiertan las sesiones de cuentacuentos en los colegios e institutos y en las fiestas populares). Nosotros mismos convertimos los momentos más intensos y significativos de nuestra vida en cuentos (como dice García Márquez, enriquecemos y fantaseamos cuando contamos cualquier fragmento de nuestra vida). También Luis Landero en un artículo que mereció el premio Larra de periodismo y en dónde ensalzaba la sabiduría intuitiva de los ancianos, decía: “Todos somos Simbad, ese pacífico mercader que un día se embarca, sufre un naufragio y corre aventuras magníficas. Luego pasados los años, regresa para siempre a Bagdad, retoma su vida ociosa y se dedica a referir sus andanzas a sus amigos. Vivir para contarlo, se dice, y no otra cosa hace esa mujer que vuelve del mercado y le cuenta a la vecina lo que le acaba de ocurrir en la frutería. Ignoro por qué, pero nos complace narrar, recrear con palabras nuestras diarias peripecias. Recrear, es decir, que nunca contamos fielmente los hechos, sino que siempre inventamos o modificamos algo; o si se quiere: a la experiencia real le añadimos la imaginaria, y quizás sea eso lo que nos produce placer: el placer de agregar un cuerno al caballo que nos salga un unicornio. De ese modo vivimos dos veces el mismo episodio, cuando lo vivimos y cuando, al contarlo, nos adueñamos de él y nos convertimos fugazmente en demiurgos. Somos narradores por instinto de libertad, porque nos repugna la servidumbre de la propia condición humana en un mundo donde no suele haber sitio para nuestros deseos y nuestros afanes de verdad, de salvación y de plenitud”.

Estamos viviendo en una sociedad que cambia permanentemente. Es más, los avances científicos, tecnológicos y los medios de comunicación nos permiten percibir el flujo constante de las cosas, incluso el crecimiento de una planta o de un niño que siempre se nos había presentado de repente, como una sacudida que nos avisaba del paso del tiempo. Sin embargo, en el ser humano permanece la necesidad de cultivar la imaginación que nos ayude a explicar lo inexplicable. Por mucho que se empeñe la Era de la Imagen (el cine, la televisión…) en dárnoslo todo hecho, cerrado, concreto, práctico… tenemos que elogiar y defender la fantasía y la imaginación de la Literatura y de los Cuentos como formas de acercarnos al mundo para explicarlo y comprenderlo. Cuando hablamos de realismo, olvidamos que la fantasía, los sueños, las fabulaciones, los deseos… forman parte de esa realidad. Por eso el cuento siempre permanecerá.

Mario Máñez. Catedrático de Lengua Española y Literatura del IES Serra Perenxisa de Torrent.

1 comentari:

Anònim ha dit...

quin festival més bo!!!